Durante la jornada de nuestras vidas, el Universo nos regala amigos durante unas épocas… viejos amigos se van y nuevos amigos llegan todo el tiempo. Tenemos amigos de la niñez, de la escuela, de la universidad, compañeros de trabajo, vecinos, etcétera.

Para mi, dos de mis primeros amigos han permanecido durante casi todas nuestras vidas: Juan Manuel (Manolito) Maldonado y Víctor Francisco Díaz.

Nacimos en cuestión de 21 días: yo vine al mundo primero el 24 de octubre de 1950, Manolo nació dos semanas después el 4 de noviembre y Víctor el 12.

A Manolito lo considero mi primer amigo. Nuestros padres: Don Manolín y Dona Mary y Don Walter y Doña Josefina eran muy cercanos y através de los años eran como hermanos. Doña Mary y Mamy trabajaron juntas durante dos décadas en la Félix Seijo. Recuerdo durante nuestra niñez, Manolito y yo nos pasábamos las horas jugando con vaqueritos y soldados y armando las cabañas de troncos en el piso del comedor de su casa en la Calle Doctor Cueto. Tendríamos tres o cuatro años para ese entonces.

A Víctor lo conocí en kindergarten. Recuerdo su apartamento en el Fernando Luis García y a su papá, Don Víctor, trabajando en la Farmacia Serbia. Desde el 1955 hasta el 1968 vestimos los uniformes del Colegio San Miguel. Durante esos años éramos muy unidos y ya en la High teníamos intereses comunes como la JAC y el béisbol.

La Farmacia Maestre de Don Manolín era un lugar muy frecuentado en mis años de adolescencia. Todavía me parece ver a Don Manolín y a Doña Mela, y a Manolito haciendo sus pininos en la farmacia que heredaría mucho antes de lo que anticipaba.

EL béisbol me unió mucho a Víctor. Desde los Montañeses de la Doble A y los Leones de la pelota profesional, las Grandes Ligas, hasta el softbol de la JAC. Además nos unió los lazos de la radiodifusión. Recuerdo que Víctor grabó mi introducción para mi primer programa radial “Radiodeportes” que mantuve durante mi cuarto año en la High. Víctor también era mi sustituto en el programa. Ambos sacamos la licencia de operador de radio y la WUPR se convirtió en nuestro hobby.

Durante la universidad nos separamos cuando ellos se fueron a la UPR en Río Piedras y yo me fui a la Universidad Católica en Ponce. Pero la amistad siempre se mantuvo y los encuentros eran frecuentes.

Ya de adultos, Víctor y yo siempre nos mantuvimos unidos. Pasamos horas interminables hablando de béisbol y de radio. Cuando fui apoderado de los Montañeses, Víctor era uno de mis consejeros y además lo traje a narrar los partidos de la doble A.

Durante los años 70, Manolo y yo desarrollamos una amistad muy especial. Desde entonces somos como hermanos. La pérdida de su hermana Frances y más tarde de su padre fueron sentidas como si fueran parte de la familia, El día de la repentina muerte de Don Manolín, mis padres perdieron a un hermano y yo perdí a un tío. La amistad continuó consolidándose y cuando iba a Utuado, entrar a la Farmacia y sentarme a hablar con Manolo era una obligación, tradición que aún continúo a pesar de llevar un cuarto de siglo residiendo en Estados Unidos. Siempre admiré a Manolo al tener que hacerse cargo de toda su familia. La pérdida de su padre lo hizo madurar bien rápido.

Cuando dejé a Puerto Rico a fines del 1983, siempre me mantuve en contacto con ambos. Cuando llegaba a Utuado a visitar, una de mis primeras salidas era sentarme a hablar con Manolo en la Maestre y con Víctor en la San Miguel. Inmediatamente planeábamos ir a almorzar o a cenar los tres para poder hablar más. Víctor y su familia nos visitó en una ocasión aquí en Washington y la pasamos muy bien. A Manolo todavía lo estoy esperando.

A través de los años, nuestra amistad continuó cada vez más sólida y la hermandad creció más y más. Hemos compartido nuestros éxitos, nuestros problemas, nuestras familias, nuestras alegrías y nuestras tristezas. Los apoyé con entusiasmo en el proyecto de la Reunión 40 de la clase y desde esta parte del Atlántico, traté de ayudarlos lo más que pude.

Siempre he sabido que puedo contar con Manolo y Víctor. Nuestra amistad y hermandad no tiene condiciones. Por ello, les viviré eternamente agradecido. Por eso he querido utilizar este gran medio de nuestra página de la clase para ofrecer este testimonio de cariño y hermandad a mis más antiguos amigos: Manolo y Víctor.

Más de medio siglo de amistad es un tesoro que apreciaré durante el resto de mi vida. Soy de los que creo firmemente que el concepto de “familia” va mucha más allá del aspecto biológico. A Manolo y Víctor los considero parte de mi familia. Desde lo más profundo de mi corazón, un millón de gracias por el regalo de una amistad eterna.