Durante el primer cuarto de siglo de mi vida, un grupo selecto de personas de mi pueblo natal de Utuado influenció de una forma u otra en mi formación. Es una lista muy especial de personas que me enseñaron el camino, me ayudaron mientras caminaba y me vieron crecer en la jornada de la vida.
En este escrito omito a propósito a mi familia, mis padres, abuelas, tías y tíos, ya que como familia, es de esperarse que influenciaran también en mi vida. Los que mencionaré aquí son aquellos que – aunque no hubo vínculos familiares – me ofrecieron el cariño, la ayuda que todo niño, adolescente y joven adulto necesita.
Evaristo Cartagena Arvelo
Don Varo era un maestro jubilado quien durante mi infancia vivió en la casa próxima a la nuestra en la Playita. Como mis dos abuelos habían muerto mucho antes de yo nacer, adopté a Don Varo como mi abuelo.
Este hombre, pequeño de cuerpo pero gigante de corazón, supo darme el cariño de un abuelo que de niño necesitaba y anhelaba. Un cuarto de siglo más tarde me ofreció el mejor regalo al recordar lo que significó para mí durante mis años de infancia.
Benjamín Cordero
Otro vecino de la Playita. El padre de mis amigos Radamés (Papo) y Orlando. Don Benny era todo un personaje. Y polifacético. Creo que me inspiró en mi propia carrera, ya que en mi periodismo, hice de todo, prensa, radio, televisión, deportes, publicaciones, relaciones públicas, publicidad, reportero, corresponsal, etc.
Don Benny tenía un taller de reparación de radio y televisión en la Calle Doctor Cueto. Era el masajista de los Montañeses de Utuado, el equipo doble A de béisbol. Era músico y tocaba los timbales en diversas orquestas y dirigió sus propios grupos musicales. Era locutor y maestro de ceremonias. Experto en altoparlantes. Y fue finalmente actor cuando inmortalizó el personaje del Abuelito en un programa radial en WUPR con su hija menor, Maritza.
En su hogar vi mis primeros programas de televisión ya que en mi casa no teníamos TV para ese entonces. Eran los años cincuenta.
Recuerdo las horas que pasamos hablando de música y de los medios. Fue un mentor cuando empecé a dar mis primeros pasos en la radio y como productor de las Fiestas Patronales. Pero típico de su época, era un hombre íntegro y cabal.
Dicen que los buenos mueren jóvenes y Don Benjamín se nos fue en 1976, dejando un gran vacío en nuestro pueblo y nuestra cultura.
Rosario Salgado de Delgado
“Mamá Sarín” llego a la Playita procedente de Barceloneta. Contrario a mi madre, ella era alta pero con una eterna sonrisa. Esposa de Don Rafael Delgado y madre de dos bellas hijas.
No puedo precisar el porqué. Pero desde que llegó a la Playita me encariñé con ella. Era como una segunda mamá. De ahí que “Doña Sarín” se convirtió en “Mamá Sarín”. Me acogió con dulzura y mucho amor. Recuerdo la tristeza que sentí cuando dejaron a Utuado para irse a Guaynabo.
Durante muchos años nunca supe de ella, pero nunca la olvidé, y nunca olvidé sus cariños para conmigo durante la niñez en La Playita. Una mañana en el 2011, vi su esquela en la edición electrónica de El Nuevo Día. Me entristeció saber de su partida pero me alegró poder hablar por teléfono con su hija Neldy el día del funeral.
Benito González
Don Benito fue una de las figuras más influyentes durante mi infancia y juventud. Era muy activo en nuestra iglesia y dueño de la Joyería Utuado, donde compré mi primer reloj, cadena, brazalete y otras prendas.
Cuando salía cada tarde de mis clases en el Colegio San Miguel, era casi obligatorio parar por la joyería de Don Benito. Esa costumbre hizo que el 22 de noviembre de 1963 me enterara del asesinato del Presidente Kennedy cuando llegué esa tarde a la Joyería. Así que cuando hablábamos sobre donde estábamos cuando mataron a Kennedy, mi respuesta siempre era “en la Joyería de Don Benito”.
Don Benito fue el primer agente del periódico El Debate, un semanario publicado por la Iglesia Católica durante los años sesenta. Yo era uno de sus distribuidores (a la vez que también tenía una ruta del The San Juan Star). Cuando Don Benito quiso retirarse como agente del El Debate, me pasó la agencia. (Legalmente era de mi padre ya que yo era apenas un niño). Fue mi primer negocio, pero más importante, fue una gran influencia cuando decidí hacer carrera periodística.
Manuel A. Maldonado Hernández
Don Manolín era el dueño de la Farmacia Maestre y el padre de Manolito, uno de mis primeros amigos y uno de esos pocos denominados “amigo de toda una vida”. Pero Don Manolín era como un hermano para mi padre. Y su esposa, Dona Mary, no solo era maestra en al Félix Seijo cuando mi madre era la principal durante los años 50 y 60, pero era la mejor amiga y como una hermana para mi madre. Su hijo Manolito ha sido mi amigo, y uno de los mejores, desde que nacimos con dos semanas de separación.
Don Manolín era una persona excepcional, un hombre de altos principios, de gran verticalidad, de profundas convicciones, muy religioso, un gran ser humano que inspiraba el respeto de todos. Pero siempre tenía un gran sentido del humor y una sencillez que recuerdo con nostalgia.
Para nosotros, Don Manolín era familia. Recuerdo las múltiples ocasiones que abría la farmacia para despacharnos una receta, ya fuera de noche o en domingos. Las veces que venia a la casa para ponernos una inyección. Siempre muy servicial. Siempre con una sonrisa.
Murió repentinamente a mediados de los años 70. Su muerte fue la pérdida de un gran ser humano, a quien todos en mi familia respetábamos y admirábamos. El mundo fuera un mejor lugar si tuviéramos más seres como Don Manolín.
Los Padres y Frailes Capuchinos
Siempre considero que crecí dentro la Iglesia San Miguel, en medio de curas y monjas. Los padres y frailes capuchinos sin duda influenciaron mucho mi vida en forma positiva, al extremo que a los 13 años, pensé que podía ser uno de ellos y entré en el Seminario.
El cura que me bautizó fue Padre Juanito, un 23 de diciembre de 1950. Pero realmente lo conocí cuando entré al Seminario Capuchino donde era el rector. Su figura fue importante ya que a esa tierna edad abandoné el hogar por primera vez y Padre Juanito no solo me recibió como si fuera parte de su familia, pero representó una figura paternal durante esos dos años en el seminario.
Luego fue Padre Venard, ese icónico sacerdote que dejó una huella profunda en nuestro pueblo. Como adulto, cada vez que nos cruzamos en San Juan, era un momento especial.
Como monaguillo, tuve el honor de trabajar con Padre Evan y luego con Padre León en la inolvidable Capilla Rodante, visitando los barrios más recónditos de nuestro Utuado. Creo que ese tiempo en la Capilla Rodante me ayudó mucho a identificarme con la gente humilde de mi pueblo.
Nunca podré olvidar cuando el Padre Diego José, el primer capuchino boricua, nos dió la primera comunión en 1958 y el Padre Owen, que se ganó nuestro cariño y respeto. Al Padre Kevin, tan cercano a nuestra familia, lo recuerdo poniéndole los santos óleos a mi abuela, Mamá América, el día que murió en 1964.
El Padre Arturo fue un gran amigo de la familia que le gustaba visitarnos y jugar dominós con mi padre. Era un cura especial y tuvimos el honor de que ofició nuestra graduación de cuarto año del Colegio.
Los frailes (hermanos legos) eran un grupo muy especial. Creo que me enseñaron a servir a los demás con humildad. Desde el venerado Fray Otto al sencillo Fray Bernardo, los frailes constituían un grupo muy singular. Guardo un especial recuerdo por Fray Conrado, Fray Cornelio y Fray Serafín.
Las Maestras de la Seijo
En aquella época en que vivimos nuestra niñez, los chicos apreciamos la profesión de nuestros padres. Mi madre fue la principal de la Escuela Félix Seijo desde el mismo año en que nací hasta que me fui a la Universidad, dos décadas. Durante los años 50, aunque estudié en el Colegio San Miguel, me pasada horas en los salones de la Seijo aprendiendo más.
Mi madre tenia un fantástico grupo de maestras en esa época y las recuerdo a todas: Zoraida Rivera, Judith Vivas, Aixa Rivera y Gladys López en primer grado; Mary Maldonado, Francy Arocho, Carmen Ríos y Luisa Rivera en segundo grado; Emelina Santiago y Carmen Alicia Rivera en tercer grado formaron el corazón de la Seijo durante esas dos décadas.
Zoraida Rivera era una amiga y una gran maestra ya que pasé mis horas de asueto en su salón en busca de más conocimiento. Dona Judith era la artista con un corazón de oro. Y todas eran no solo compañeras – pero amigas – de mi madre lo que aumentaba el respeto que sentí por ese grupo tan selecto que de una forma u otra influenciaron mi vida.
Félix Toraño Reboyras
El gordo Toraño era un personaje muy singular. Era un hombre de pueblo. Aunque era primo de mi madre, siempre lo consideré más un amigo que un familiar. Tenía una forma peculiar de entenderse con los jóvenes. Su jovialidad era contagiosa.
Su restaurante, El Tesoro Escondido, en el Barrio Arenas se convirtió en una institución en nuestro pueblo. No solo por la gran comida, la bohemia y los juegos do dominós, pero también fue parte del rito de adolescencia. Allí muchos de mi generación aprendimos a socializar, fue donde le cogimos el gusto al Don Q, donde nos hicimos hombres. Y el gordo Félix siempre estaba allí para guiarnos.
Nunca me olvido de su funeral. Cuando lo enterramos, Paco Morales tocó en sus altoparlantes – a petición del propio Félix – “Los Ejes de mi Carreta” de Don Facundo Cabral. No se si la canción impactó a los otros en el funeral, pero cada vez que la oigo (y es frecuente), me acuerdo del Gordo. Si su intención fue que no lo olvidaremos, sin duda lo logró.
Dr. Ismael Vilar
El doctor Vilar era considerado el rico del pueblo. Para mí, fue un hombre sencillo, que nunca presumió de su posición social, y que siempre estuvo dispuesto a ayudar a los demás. En mi familia no lo olvidaremos jamás. Se reunía a jugar dominós en mi casa o en El Colegial de la misma forma que se juntaba con los financieros en San Juan. Y me atrevo asegurar que era mas feliz jugado dominós con su claque de Don Walter, mi padre, Barranco, Miguel González, Miguelito Marin, y Padre Arturo entre muchos otros, que cuando se codeaba con los empresarios y banqueros de la capital.
Mi padre, como muchos otros, nunca podría haberse incursionado en algunos negocios como cuando compró el Mangó Bajito, el Yumurí y la Panadería San Miguel, sin la ayuda y el apoyo del Doctor Vilar. Personalmente, también fui parte de su generosidad, porque sin su ayuda, nunca hubiese logrado ser apoderado de los Montañeses.
Luis Felipe Montalvo
Luis Felipe Montalvo fue uno de esas figuras icónicas que se ganó el respeto y el cariño de todos en nuestro pueblo. Un hombre recto e integro, al que tuve el privilegio de admirar cuando niño y considerarme su amigo y recibir sus consejos como joven adulto.
A mediados de los años 50, mi padre me llevó a mi primer juego de los Montañeses en la pelota dominical Doble A. Los héroes entre los jugadores eran Juan Aguilar, Alejo Molina, Andrés Negrón y Gilberto Pagán. Pero la figura del apoderado y dirigente era imponente. Esa figura era Luis Felipe.
Pero el hombre era uno de nosotros. Lo veíamos todos los días en el Correo de la Calle Doctor Cueto junto a su hermano Nín. Pero los domingos, era un gigante en el parque Ramón Cabañas.
Cuando abrió la emisora WUPR, Luis Felipe fue el primer comentarista deportivo radial del pueblo, y casi de inmediato se convirtió en narrador de los Lobos de Arecibo en la pelota profesional. A mis 17 años, aún en escuela superior, le seguí los pasos cuando comencé mi programa Radio Deportes al mediodía. No me consideró su competencia, sino que me acogió, me inspiró y me apoyó en esos primeros pasos en la radiodifusión deportiva.
Fue mi consejero años mas tarde cuando me convertí en apoderado de los Montañeses. Tengo que admitir que aunque disfruté la experiencia, me arrepiento de no haber seguido el consejo de Luis Felipe quien me instó a no “comprar” el equipo. Y tenía razón. Fue un error. Era también un hombre sabio.
Sentarse en su balcón a hablar de béisbol era una gran experiencia, era muy especial, es algo que nunca olvidaré.
Conclusión
He mencionado a un grupo selecto de personas de mi pueblo que influyeron durante mi primer cuarto de siglo de existencia en una forma muy única y especial en esta jornada que llamamos “la vida”.
Hay muchos mas, pero me gustaría añadir a esa lista los nombres de los hermanos José Juan de Jesús (mi primer banquero y uno de esos adultos que supo ser amigo de los adolecentes) y Efraín De Jesús (de quien aprendí a disfrutar las cosas sencillas de la vida), Tato Folch (mi primer jefe en el Lucky 7), Tato Negrón (mi vecino en Salto Abajo y un hombre de muchas virtudes), Angel Gabriel Collazo (un ser especial que creyó en mí), y el doctor Antonio Capella (quien me ofreció la oportunidad de servir a mi pueblo como su ayudante en la Cámara de Representante), entre otros.
A todos les vivo eternamente agradecido. Y nunca olvidaré las influencias que todos y cada uno de ellos, en una u otra forma, tuvieron en la jornada de mi vida.