En esta ocasión, quisiera recordar un sector de mi querido Utuado: La Playita en la entrada del pueblo.
Nací en 1950 cuando mis padres – Don Walter Martínez Irizarry y Doña Josefina Reboyras — vivían en la casa de la esquina cuyo dueño era Don Pedro Lugo: La Playita 90. Obviamente recuerdo la casa pero era apenas un bebé cuando viví en esa casa.
Tenía apenas dos años cuando mis padres compraron la casa del frente a Don Antonio Serbiá: La Playita 85, a lado de la casa de mi abuela materna, Doña América Sellas. De esa casa me acuerdo muy bien. Ahí viví diez años hasta 1962.
Esos primeros doce años de mi vida en La Playita fueron muy significativos y sus recuerdos tienen un lugar muy especial en mi corazón. En la Playita engendré raíces que han durado toda una vida. Esa fue una época muy especial que jamás olvidaré.
La Playita cambió de nombre a Nuevo Londres pero para nosotros siempre será recordada como su nombre original.
Uno de los recuerdos que tengo de aquellos años era la noción de que La Playita fue construida sobre un antiguo cementerio. Recuerdo que mis primos contaban que se podían ver restos de tumbas debajo de la casa de mi abuela. Hoy pienso si esa teoría tenía base o eran cuentos de muchachos.
Lo que si era cierto es que la casa de La Playita 85, la que mis padres le compraron a don Toño Serbiá, era una antigua cárcel municipal. Mi habitación al igual que la de mis padres aún mantenía barras de hierro en las ventanas. Recuerdo que se hacían cuentos de que un preso se pegó fuego en el que fue mi dormitorio. Si eso fue realidad o cuentos, no sé, pero si alimentaron las fantasías de una niñez.
El patio del frente de la casa era muy bonito. Tenía dos áreas de grama en cada lado con una palmera en el medio de cada área. En las verjas, había una variedad de hibiscos. Próxima a la casa de mi abuela, había una enredadera de amapolas. En el pequeño patio trasero, colindando con la vocacional de la Escuela Superior, teníamos dos árboles de acerolas, deliciosas y dulces. Mi padre sembró un palo de aguacate, pero comimos poco de su fruto ya que nos mudamos cuando finalmente estaba produciendo.
Hoy día, la casa aún existe, pero ha sido renovada y las barras de hierro ya no existen. En el 2012 se cumplirá medio siglo que dejamos La Playita y la casa de la niñez para mudarnos al Barrio Salto Abajo.
Los vecinos:
Nunca en mis sesenta años he vivido en una comunidad donde los vecinos éramos como una gran familia. La memoria me puede fallar, pero trataré de recordar a los más que pueda.
Al entrar en la Calle Nuevo Londres, lo primero que encontramos era la tienda y la casa de los Ruiz, la número 81. Don Mayo Ruiz, un hombre bajito y regordete que tenía una tiendita y era el tabaquero del barrio. Su esposa, Delfina, a la que cariñosamente llamábamos Doña Delfa, era una bondadosa y muy devota señora, quien también era muy amiga tanto de mi abuela, así como de mi madre.
A la casa de los Ruiz, les seguía la de mi abuela (número 83), la matriarca de la Familia Reboyras. Las memorias de mi abuela y su casa tienen un lugar especial en mi corazón. El balcón en todo el frente de la casa brindaba una vista casi total de La Playita. La casa fue construída por mi abuelo, Don Pancho. Allí murió el en 1938 y en la misma casa murió mi abuela en 1964.
La próxima casa, (número 85) era la nuestra. Que privilegio para un niño vivir su infancia a lado de la abuela más cariñosa y amorosa del mundo.
La casa siguiente era la 87, la casa de Don Evaristo y Dona Luisa Cartagena. Don Varo era un maestro jubilado a quien “adopté” como mi abuelo. Cuando Don Varo construyó su casa más allá del Caserío Fernando Luis García, la Familia De Jesús-Cubano se incorporó a La Playita. Don Delfín de Jesús y doña Vicky Cubano, los padres del amigo y comentarista deportivo Toñito de Jesús Cubano, y su hermano menor Víctor (Vitín) que es hoy abogado y juez. Tengo que admitir que recuerdo cuando Vitín nació.
La siguiente era de dos pisos, número 89. Varias familias vivieron allí, pero solo recuerdo a Eduardo González, quien vivió con sus padres parte de esa época antes de abandonar Utuado. En un apartamento al que se entraba por una de las áreas abiertas de la Playita, vivieron también los Heredia, los padres de mi compañero de clase, Edwin José Heredia y su hermano mayor Carmelo. Recuerdo las noches de bingo que su mamá celebraba a menudo.
Luego del espacio abierto, había una casa que si no me equivoco era de los Casañas. Sé que mis padres vivieron allí de recién casados. En los bajos y casi a la entrada de Judea, estaba la panadería. Era un rito cada noche a las nueve ir a buscar media libra de pan acabada de salir del horno para comer con mantequilla y café antes de acostarnos.
Volviendo a la entrada de la Playita, en la esquina de la derecha, opuesto a Don Mayo Ruiz, estaba el Colmado Rivera de Don Héctor, donde se iba a busca el bacalao, el azúcar, y el arroz, y apuntarlos en la libreta para pagar después. Era el colmado del vecindario y así era que se compraba. ¡Qué tiempos!
La casa que les seguía recuerdo que vivía un mecánico, y tenía un patio frente a la casa.
En la esquina estaba la hermosa casa de la Familia Ribas, número 82: Don Pepe y Dona Teresa y sus hijos. Don Pepe y mi papá eran compañeros de pesca en el lago. Mis padres le compraron mi cama a ellos que eran los dueños de la Mueblería Ribas. El legado de los Ribas fueron un ejemplar grupo de seis hijos. El mayor, Freddie, es uno de los radiodifusores más reconocidos en la Isla, el primer gerente de WUPR y la persona que me dio la primera oportunidad en la radio cuando apenas cumplía 17 años. El menor, Fernando Luis – ingeniero de profesión que se integró a la Fuerza Aérea – y fue el héroe caído durante la operación en Libia en al 1986. Salvador, abogado, fue mi compañero de clase. Carlitos fue el que heredó la mueblería de sus padres y Puchungo se hizo ministro, y son los únicos que aun residen en Utuado. El otro hermano, Pipo, ha residido en el área metropolitana durante muchos años.
Cuando los Ribas se mudaron al pueblo para estar más cerca de la mueblería, los García ocuparon la casa. Don Jesús García, conocido como Chú y Yinyer, y su entonces esposa, Marilúz Romero, quien como mi madre fue maestra, principal de la Escuela Félix Seijo, y también trabajó en la Superintendencia de Escuelas. Los García era dos, Jesús Iván (Yinyi), y Harry José. La tragedia ha sido parte de esta familia muy cercana a nosotros, ya que Yinyi perdió un brazo en un accidente cuando era apenas adolecente y Harrito murió muy joven.
Los García tenían un patio enorme que era un área donde pasamos incontables tardes y noches en todo tipo de juegos, incluyendo la creación de nuestro propio circo.
Detrás los García, en la casa #84 vivían los Reyes: Don Tomás y Dona Toña, y sus hijos aunque no puedo recordar cuántos eran. El más conocido es el profesor Edgar Reyes así como su hermano Johnny. Pero mi mejor amiga en el vecindario era sin duda Luz Eneida Reyes, o Ney, como la llamábamos. Por un callejón próximo a los Reyes se salía a la Calle Doctor Cueto y al cafetín de Don Tomás.
Al frente de esa casa, la número 86, vivía Luisita Cartagena con su esposo Arsenio Jiménez y su único hijo Arnaldo. Dona Luisita era la hija de don Evaristo, mi vecino.
Y en el medio del área abierta vivían los Cordero, en La Playita 88. Don Benjamín y Dona Librada con sus hijos Radamés (Papo), Orlando y Maritza. De don Benjamín guardo muy buenos recuerdos, porque influyó mucho en mi vida. Teníamos mucho en común. Amaba el béisbol y era masajista de los Montañeses. Años más tarde fui apoderado del equipo. Tenía un amor por la electrónica y aprendí con el mis primeros pininos en locución y bregar con altoparlantes. Mientras él tenía su program del Abuelito con Maritza en la WUPR, yo tuve mi programa de deportes y más tarde de variedades en vivo. Pero fue un hombre recto, sincero y honesto, y con un buen sentido del humor, a quién siempre admiré. Fue triste verlo irse tan joven.
Su hijo Radamés (Papo) era uno de mis primeros y mejores amigos de aquella época de La Playita. Y medio siglo más tarde mantenemos un mutuo respeto y cariño. Y no puedo dejar de mencionar que cuando en mi caso aún no teníamos televisión, me pasaba horas viendo TV en la casa de los Cordero. Eran los tiempos del Cisco Kid, Perry Mason, Jitazo Royal, La Taberna India y el Show Ford con Tito Lara y los Hispanos, entre otros.
En la esquina estaba la casa de Don Pedro Lugo, la número 90. Esa era la casa que viví mis primeros dos años antes de mudarme a la 85. Estuvo rentada pero a fin de la década de los 50, Don Pedro – quien era de Pellejas como mi padre – regresó a vivir su casa. Recuerdo cuando don Pedro murió y el velorio en su casa. Su hijo Ramón (Moncho) conoció a mi prima, Gladys, quien en esa época cuidada a mi abuela. Moncho y Gladys se casaron el primero de agosto de 1964 y al día siguiente mi abuela murió.
La casa siguiente, la 92, tiene una historia especial. Mi primer recuerdo es cuando Doña Florita y Don Cándido vivían allí. Su hija, Iris Mirta, mucho mayor que yo, fue mi “novia” de niño, pero terminó casándose con Quico, el hermano de mi tío Efraín Acosta. Después de que ellos se fueron para San Juan, se mudó ahí, una familia que se convirtió en muy especial para mí: Don Rafael Delgado, camionero de profesión, y su esposa, Rosario Salgado, Doña Sarín, quien era maestra, así como sus bellas hijas, ya adolecentes Ilsa Noelia y Neldy. Con Doña Sarín desarrollé una relación especial y la llamaba “Mamá Sarín”. Recuerdo que Don Rafa estacionaba su camión frente a la casa de Chú García, el mismo lugar que mi padre estacionaba su camión cuando yo era muy pequeño.
A varios días de escribir la mayor parte de esta columna, me enteré por una esquela que Mamá Sarín falleció en Orlando, Florida el sábado 25 de junio. A pesar de que hace décadas que no la veía, nunca la olvidé y sentí su muerte con gran nostalgia de una época tan especial en mi vida.
Detrás de ellos vivía, Don Cheo Romero, el papá de Mariluz. Don Cheo era una institución en La Playita en aquella época. De esa calle, el segundo espacio abierto recuerdo menos, excepto que en la entrada vivía Don Octavio Pérez, conocido como el “Agusao” y “My Fren” y su entonces esposa Carmen Alicia Rivera y sus hijos Abraham y Raúl.
El área abierta frente a mi casa era nuestro parque de pelota. Los chicos del vecindario jugábamos béisbol con palos de escoba, bolas de esparadrapo y bases de cartón. Allí nació mi amor por el béisbol que ha durado toda mi vida. También esa área que ni siquiera estaba pavimentada era también donde nos reuníamos durante las tardes, donde jugábamos al esconder y a cantidad de otros juegos.
Quizás nunca entenderemos el porqué, pero lo que sí sabemos es que las memorias de la infancia – cuando son buenas – son eternas. Medio siglo después que salí de La Playita a los doce años, guardo los más gratos recuerdos de la primera década de mi vida, los vecinos y los amigos que nunca se olvidarán.
Cada vez que visito a mi querido Utuado, me adentro por la calle Nuevo Londres para ver una vez más a mi querida Playita, muy cambiada, pero en un sentido, igual. Y en esta época de tecnología, es fascinante ver la Playita a través de “Google Earth” y cuando lo hago una cantidad de recuerdos pasan por mi mente. Vivo orgulloso de Puerto Rico y de Utuado, pero vivo aún más orgulloso de ser de La Playita.