Mis recuerdos de las primeras dos décadas de mi existencia tienen un lugar muy especial en mi corazón.
Vivimos en un mundo complicado. Recuerdo las cosas sencillas de mi niñez en la Ciudad del Viví.
Durante los meses de octubre y noviembre de 1950, nacieron en Utuado una serie de bebés que el Universo unió durante muchos años. Y todavía algunos de nosotros mantenemos una amistad de seis décadas. Fui uno de esos niños. Nací en momentos turbulentos en la historia de nuestro pueblo, apenas menos de una semana previo a la revuelta nacionalista que tuvo lugar en Utuado y Jayuya. Mi padre me contaba como el doctor Pelegrina le indicó que nos sacara del hospital a mi madre y al bebé y nos llevara al Barrio Pellejas de Adjuntas, donde vivía Mamá Luz, mi abuela paterna. Entre ese grupo de bebes del otoño del 1950, están mis hermanos Manolito Maldonado y Víctor Francisco Díaz, y otros como Jesús Negrón y Manolo Moreda. Todos estuvimos juntos en los años escolares.
Mi primera docena de años las pasé en La Playita, nuestro vecindario querido en la entrada del pueblo. Nuestra casa era una antigua cárcel con barrotes de hierro aún en las ventanas. Mi padre se la compró a Don Antonio Serbiá. Para entrar al pueblo en aquellos tiempos, había que cruzar el rio por el puente de La Playita, el cual se convirtió en símbolo de nuestro pueblo. Treinta años más tarde, fui testigo de cómo la tecnología moderna movía el puente rio arriba para continuar rindiendo servicios al pueblo como puente peatonal entre la calle Doctor Cueto y la Escuela María Libertad Gómez.
En la Playita compartí con mis primeros amigos. Debo señalar a varios de ellos. Frente a mi casa vivían Radamés (Papo) Cordero, quien se ha convertido en el cantautor de Utuado. En la otra casa del frente, los Ribas, y más tarde Yinyi y Harry García, los hijos de Don Chú y Marilú Romero, así como Toñito De Jesús Cubano y su hermano. En ese lote frente a nuestras casas, jugué pelota por primera vez con palos de escoba y bases de cartón. Resulta especial recordar a otro amigo más arriba por la Doctor Cueto: Manolito, hijo de Don Manolín y Doña Mary Maldonado – amigos cercanos a mis padres.
A un lado de mi casa vivía mi abuela materna, Mamá América. Al otro lado, Don Evaristo (Varo) Cartagena, a quien adopté como mi abuelo. Esta todavía fresco en mi memoria aquel 2 de agosto de 1964, cuando a los 13 años, estuve a los pies de la cama de mi abuela hasta que entregó su espíritu a Dios mientras estaba rodeada por sus hijas. Esa fue la primera persona que vi morir.
Mi familia por supuesto fue clave en mi desarrollo porque de ellos aprendí a valorar el concepto de familia. Vivo orgulloso de ser hijo de una de las “Reboyras” de Utuado, esa decena de hermanas que fueron maestras, costureras, excelentes cocineras y confeccionadoras de bizcochos durante dos generaciones.
Si fuera a escoger una anécdota de mi familia, definitivamente la mejor es el significado de los Días de Reyes en casa de mi abuela. Mamá América tenía preparado un pequeño juguete para cada uno de los nietos más pequeños, y un sobre con un dólar para los que ya habían superado la inocencia y sabían quiénes eran los Reyes. Cada 6 de enero – en horas de la mañana – decenas de primos desfilábamos por casa de la abuela. ¡Qué tradición más linda!
A los doce años, mi padre construyó nuestra nueva casa en Salto Abajo, a dos kilómetros del pueblo. En esa casa vivieron mis padres durante 40 años hasta que entrados en sus ochenta y pico de años, nos vimos precisado a traérlos a Estados Unidos.
El Colegio San Miguel fue mi escuela, desde kínder hasta cuarto año, excepto durante un par de años que me fui al seminario. ¿Por qué será que nunca podemos olvidar a nuestra primera maestra? Dona Pepita Ayer fue mi maestra de kínder y nunca ha sido olvidada. En las tardes me iba a la Escuela Félix Seijo, donde mi madre, Josefina Reboyras, fue principal durante los años 50 y 60. Y deseoso de aprender, me metía en el salón de primer grado de Zoraida Rivera. Es extraño, pero puedo recordar a cada uno de mis maestros que durante trece años me ofrecieron el don de la enseñanza, desde Sister Mary Clement, la Nana Rivera, Blanqui Rodriguez, Carmen Corrada Morell, Sister Mary Edgar, Jerjes Trillo, Sister Maxine, Charlie Maldonado, entre tantos otros.
En mayo de 2008, la clase del 1968 del Colegio nos dimos cita en Utuado para celebrar nuestros 40 años. Ese día marcó algo muy especial en nuestros corazones, ya que nos sumergimos en una genuina alegría de estar de nuevo juntos y revalidamos el amor y el cariño que nos tuvimos durante los trece años que compartimos en el Colegio.
Mi formación religiosa fue en la Iglesia San Miguel. Los Capuchinos y las monjas de la Divina Providencia desempeñaron un papel importante durante mis primeros años. Guardo especial recuerdos del Padre Venard y Padre Owen. Era amigo de los frailes legos, en particular Fray Conrado y Fray Bernardo. Fray Otto era una institución. Serví de monaguillo en la Capilla Rodante con Padre Evan y Padre León. Así fue como empecé a conocer los barrios de mi pueblo.
Mi amor al béisbol nació también en Utuado. Mi padre me llevaba los domingos a ver a los Montañeses y a Ponce a ver a los Leones. Esa era la época de Juan Aguilar, Alejo Molina, Gilberto Pagán, Andrés Negrón, entre otros. Nunca imaginé que el destino me daría la oportunidad años más tarde de ser apoderado de los Montañeses.
Durante esos años de formación también conocí a muchos ilustres utuadeños quienes de una forma u otra también dejaron una huella en mi formación. Son muchos, pero debo mencionar a varios: Benito González, Manolín Maldonado, Benjamín Cordero, Tato Negrón, Ismael Vilar, Félix Toraño, Angel Gabriel Collazo, Tato Folch, Judith Vivas, Zoraida Rivera, José Juan De Jesús, entre muchos otros. Todos, al igual que mi padre, se nos han ido.
¡Mis primeros trabajos! ¿Cómo podría olvidarlos si todos ellos fueron instrumentos de mi formación, y hasta de mi carrera profesional? De niño, me iba a la Torrefacción Otoao, a ayudar a mi tío, Félix Rullán, a empaquetar café. También fui distribuidor de El Debate y The San Juan Star, experiencias que sin duda influyeron en determinar mi carrera periodística. También fui “bagger” en el Lucky 7 de Tato Folch. Finalmente ayudé a mi padre en la Panadería San Miguel. Y en mi cuarto año de escuela superior, recibí mi primera oportunidad en WUPR cuando tuve mi programa “Radio Deportes” al mediodía, emulando a esa figura querida en nuestro pueblo, Luis Felipe Montalvo.
Los personajes de mi pueblo son inolvidables: Loncha, Siete Pisos, Camarón y Salcedo, entre los que puedo recordar. Pero había otro tipo de personajes inolvidables: Majuan de Viví, que nunca usó zapatos, y bajaba del barrio a buscar ropa usada para sus hijos y nietos; Don Juan, el que nos traía el periódico El Mundo a nuestra casa de la Playita; Guillo el del Cafetín de la Playita; Don Pancho, el que hacia el mejor mabí de la Playita; el Gacho, mi primer barbero; Don Mayo Ruiz, el tabaquero del nuestro vecindario.
¿Mis lugares favoritos en aquella época? La joyería de Don Benito, la Farmacia de Don Manolín, el viejo Parque Ramón Cabañas, el Rio Jauca, el Centro Ceremonial de Caguana, la finca de Tío Félix y Titi Delia en Viví Arriba, el Lago Caonillas, el Tesoro Escondido en Arenas y la Hamaca de la Playita.
¡Qué recuerdos! Sólo me resta repetir la canción de Joan Manuel Serrat: ¿Y dónde, dónde fue mi niñez?